FUNDACIÓN
El 6 de junio de 1610, Francisco de Sales (1567-1622), obispo de Ginebra, y Juana Francisca Frémyot de Chantal (1572-1641), iniciaban en Annecy (Saboya) una pequeña congregación religiosa, con el nombre de Visitación de Santa María.
Seis años antes, estando Francisco en oración en su castillo de Sales, tuvo una visión en la cual "le fue revelado que fundaría una Orden religiosa. Su propagación se le mostró bajo dos símbolos: uno, el de un árbol plantado en el fondo de un valle, el cual, elevándose sobre las montañas, extendía sus ramas por todo el mundo; y el otro, de una fuente de agua dulce, muy pequeña en su origen, pero que, siguiendo su curso, iba creciendo siempre, y se dividía luego en varios deliciosos arroyos y grandes ríos".
La Visitación era el "árbol plantado en un valle", "la fuente" de la que brotarían grandes ríos. Venía a colmar el vacío que existía a comienzos del siglo XVII en la vida monástica femenina: órdenes reformadas muy austeras que exigían una salud robusta; o antiguas abadías relajadas. Con la Visitación, el Obispo de Ginebra, haciendo un especial hincapié en la ascesis interior, abría la puerta de la vida religiosa a personas que no podían entregarse a grandes austeridades. La suavidad relativa de la Regla se veía compensada por la insistencia en la práctica de la humildad, de la caridad, la lucha contra el egoísmo y el amor propio para lograr que el alma, libre de todos los lazos, estuviera totalmente disponible a la acción divina.
Los orígenes de la orden de la Visitación constituyen una de las páginas más encantadoras de toda la historia de la Iglesia. Tienen la frescura, el aire sobrenatural y maravilloso de las florecillas de San Francisco o de la narración de los primeros votos de los jesuitas en Montmartre.
Pero en estos primeros tiempos hay otra figura más encantadora aún si cabe: la de la hermana Claudia Simpliciana, una ingenua campesina, llevada allí por su astuto tío, que dio lugar al anecdotario más gracioso y al mismo tiempo más ejemplar, que se haya podido registrar en la vida religiosa del mundo entero. La buenísima hermana tomaba al pie de la letra cuanto oía y daba origen así a conmovedores episodios.